–Porque no puedo querer algo que está vacío.
–¿Así te sientes, vacía?
–Sí. No siento nada. Ni amor, ni odio, ni tristeza, ni olvido, ni felicidad. No hay nada que me mueva por dentro.
–¿Y antes?
–Antes sí. Quería más de lo que me cabía. Y lloraba por todo, ¿sabes? con libros, con películas. Por cualquier cosa.
–¿Qué ha cambiado?
–Supongo que sentí demasiado... y bueno, todo necesita una balanza. Después de todo, me cansé de llorar.
–Es horrible.
–No, no lo es. El vacío nunca es malo. Es sólo... la ausencia de sentimiento. Te hace más fuerte, es más difícil que te hagan daño. Lo prefiero así. Sé que algún día volverá. Que llegará cuando menos me lo espere, sólo para torturarme otra vez.
–¿Torturarte?
–Sí. El amor es una tortura. Es una enfermedad y el remedio a la vez.
–Dramatizas.
–Siempre.
[...]
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